LAS MARCAS DE CANTERO DEL PALACIO ARZOBISPAL DE ZARAGOZA
Si nos adentramos en la parte medieval del Palacio Arzobispal, situada en el espacio que ocupa Alma Mater Museum, nos podemos trasladar a diferentes épocas a través del propio edificio. Así, al lado del la puerta del ascensor de la planta 1, nos protegen los sillares de la construcción románica que constituye el origen del edificio. Y recorriéndolos con la vista detenidamente, podemos distinguir unas marcas muy particulares. No son fruto del azar, son marcas de cantero, testimonio de quienes materializaron la construcción.
Para entenderlo mejor, situémonos en su contexto: la ciudad zaragozana de 1118. Las tropas de Alfonso I el Batallador conquistan la ciudad de Saraqusta el 18 de diciembre de ese mismo año, la cristianizan y se inicia una empresa paulatina de construcciones nuevas y reutilización de las preexistentes, para dar cobijo a los nuevos habitantes de la ciudad y responder a sus necesidades devocionales y administrativas. Próxima al antiguo cardo romano – actual calle Don Jaime-, a la antigua mezquita aljama de Saraqusta – consagrada catedral del Salvador en 1121-, y anexa a la muralla de origen romano, se levantó una torre románica. Esta nueva construcción se ideó siguiendo el modelo de las torres fortaleza tipo “donjon”, y sirvió como residencia del obispo D. Pedro de Librana y el propio rey Alfonso I el Batallador, entre otros personajes.
Poco después, a partir de la segunda mitad de aquel siglo XII, y sobre todo del siglo XIII, fue cuando el maestro de obras gozó de un status mayor al de otros artesanos, coincidiendo con un mayor auge de las empresas constructivas de piedra y el desarrollo económico de Europa. En este momento, el maestro de obras ya no era un simple experto en artes mecánicas, sino que era considerado como un autor intelectual, integrado dentro de las artes liberales. Esto significaba que además de saber de mecánica o ingeniería, estaba formado en geometría, trigonometría, carpintería e, incluso, tenía nociones de legislación.
Este mayor reconocimiento social se manifestó de diferentes formas. Por ejemplo, en las ilustraciones de la época, era habitual que se representase a los maestros de obras con guantes y de mayor tamaño que aquellos que cargaban con el peso de las piedras, o entre el rey y el administrador, enseñándoles los avances de su encargo, y sosteniendo una escuadra, un gran compás o una vara. En la construcción en sí misma, empezaron a verse marcas de cantero que, como veremos más adelante, podría entenderse en la mayoría de los casos como una “firma de autor”.
Los ejemplos más antiguos de este tipo de marcas conservados en la península ibérica, corresponden a los hallados en la muralla romana de Tarragona, pero fuera de nuestras fronteras ,el precedente directo de las marcas de cantero medievales lo encontramos en los signos lapidaros romanos empleados en Bizancio. Y, si retrocedemos más en el tiempo, tenemos constancia documental de ejemplos aún más antiguos en el antiguo Egipto (2200 a.C.), los muros de las ciudades persas de Persépolis y Ekbatana (700 a.C.) y en la antigua Grecia y Roma. Se desconoce si eran firmas individuales o colectivas, o simples marcas auxiliares para indicar la disposición exacta de las piedras, pero constituyen un testimonio muy semejante al que vemos en los sillares de las marcas de cantero medievales.
En cuanto a su morfología, la mayoría de los casos se basan en el lenguaje geométrico, considerado como un lenguaje universal y, por lo tanto, común entre las diferentes culturas que podían relacionarse en una construcción. En el caso de las edificaciones religiosas, podemos hablar de un lenguaje de marcas lapidarias más amplio, al contener en algunos casos un claro valor simbólico.
Pero, ¿qué representan exactamente? ¿Por qué unas piedras figuran talladas y otras no? ¿Por qué pueden verse varias marcas de cantero diferentes en una misma construcción? En líneas generales, es un signo de autoría, pero está envuelto en cierta controversia. En el caso de los sillares de la construcción románica presente en el recorrido del museo, podemos ver en el mismo lienzo sillares con y sin marcas de cantero y, a su vez, tres marcas de cantero diferentes fácilmente reconocibles.
En este caso, las piedras sin marcar, podrían corresponder a las talladas y pulidas por los canteros contratados con sueldo fijo y con un régimen de dedicación exclusiva. Y, aquellas que presentan marca de cantero, podrían corresponder a las ejecutadas por “destajeros”, entendiendo como tales aquellos canteros contratados de forma extra, cuando se requería acelerar el ritmo de trabajo. En este caso, el cantero que había trabajado a destajo grababa su signo y le pagaban en función de las marcas contabilizadas.
En definitiva, las marcas de cantero se justifican con la tendencia del hombre, patente desde la más remota antigüedad, de dejar constancia de su autoría en las obras artísticas, así como una forma de dejar constancia de su identidad étnica, nacional o familiar. Este hecho lo vemos también en las firmas de las obras pictóricas o escultóricas, sobre todo a partir del siglo XV, o en los escudos de los mecenas, empleados como elementos ornamentales en la arquitectura. De estas manifestaciones disponemos de numerosos ejemplos en Alma Mater Museum, por lo que nos centraremos en ello próximamente.
BIBLIOGRAFÍA Y REFERENCIAS WEB:
ÁLVARO, J., Heráldica, simbolismo y usos tradicionales de las corporaciones de oficio: las marcas de cantero, Ediciones Hidalgía, Madrid, 2009.
AGUADÉ, J., y FUSTER R., Las marcas de cantería dentro del contexto de la arquitectura medieval: proporción y mesura.