Los salones mudéjares del palacio arzobispal

Continuamos descubriendo el palacio arzobispal del siglo XIV, en uno de los espacios más destacables del edificio. La sala novena del museo, que recoge el trabajo de algunos de los mejores autores de la pintura gótica aragonesa, abarca parte de dos estancias bajomedievales que fueron cubiertas con sendos alfarjes.

daniel salvador

Vista general de la sala novena del Alma Mater Museum.

Desde la edificación de la torre románica defensiva que dio origen a las “casas del obispo”, levantada sobre terrenos donados por el rey Alfonso el Batallador (1104-1134) tras la conquista de Zaragoza, y su ampliación en época del monarca Alfonso II (1164-1196), se fueron incorporando al creciente edificio nuevas zonas de habitación. Este proceso tomaría un nuevo impulso en la segunda mitad del siglo XIV, bajo el arzobispado de don Lope Fernández de Luna (1351-1380). Este prelado, responsable asimismo de la construcción de la capilla de San Miguel de la Seo o la “Parroquieta”, fue un auténtico promotor de las artes, que contó con artistas mudéjares para sus obras, y posiblemente convirtió este palacio en una de las construcciones mudéjares más relevantes de Aragón.

 

Algunas noticias nos hablan de las obras realizadas por el mitrado en su residencia: Se conoce que ya en 1357 se habían iniciado los trabajos, puesto que en ellos participaba como operario y cantero Abdelaziz Terrer. Más tarde, tras el incendio sufrido en el año 1372, el rey Pedro IV el Ceremonioso (1336-1387) y el arzobispo acordaron la cobranza de primicias destinadas a la reconstrucción del edificio tras la catástrofe. En 1375 se pagó al maestro Abraym de Pina por dos puertas realizadas para las casas del arzobispo, que habían sido encargadas por el duque de Gerona, hijo de Pedro IV y futuro monarca Juan I (1387-1396), que estaba instalado en el palacio con su esposa. Y, además, se tiene constancia de que, a finales de esa década, los algunos de los artistas que trabajan en la Parroquieta participaron también en las labores de decoración del palacio arzobispal, entre ellos los pintores Juan y Nicolás de Bruselas.

Detalle del alfarje mudéjar, donde se aprecian los motivos heráldicos originales.

Detalle del alfarje mudéjar, donde se aprecian los motivos heráldicos originales.

Gracias a los trabajos de restauración realizados en este lugar en la pasada década, se pudieron identificar los alfarjes que hoy cubren la sala novena del museo, realizados en las reformas del palacio emprendidas por don Lope Fernández de Luna. Estos alfarjes ya se conocían con anterioridad a la restauración, ya que se podían entrever, y habían sido dados a conocer en los años ochenta del siglo pasado. Entonces, estas salas estaban muy compartimentadas, divididas en pequeños cuartos y un despacho, cubiertos por un techo formado por vigas de madera encaladas o pintadas de color oscuro, y por un techo falso de escayola. Al demoler los tabiques que dividían las salas y retirar el techo falso, se descubrió la estructura de la techumbres mudéjares y toda su policromía.

 

Los alfarjes cubrían originalmente dos salas anejas, aunque hoy forman parte de la misma sala, y quedan separados por una viga gruesa. Debido a las dimensiones que tuvieron aquellas estancias, las techumbres se componen de quince vigas de madera de pino, llamadas “jaldetas”, que apoyan sobre ménsulas de canes de lóbulos, aunque algunos se han perdido. La pintura que se aplicó sobre la madera es temple aglutinado con huevo, que aporta luminosidad. Con el paso del tiempo sufrió varios repintes, por lo que presenta una superposición de dos o tres capas de pintura, pudiéndose reconocer todas ellas, ya que se conservan de forma irregular. La capa de policromía original, aplicada en el siglo XIV, se aprecia principalmente en las tabicas, los elementos cuadrados que cierran el espacio entre dos vigas, donde se distinguen dos motivos heráldicos: por un lado, encontramos el escudo de la monarquía aragonesa, la Señal Real, los palos de oro y gules; y, por otro, el escudo de armas del arzobispo don Lope Fernández de Luna.

Detalle del alfarje mudéjar, donde se aprecian diferentes capas de pintura.

Detalle del alfarje mudéjar, donde se aprecian diferentes capas de pintura.

La segunda capa de pintura se aplicó, posiblemente, en el siglo XV, y se distingue de nuevo en las tabicas, donde los motivos originales fueron cubiertos con decoraciones vegetales, inscritas en motivos geométricos en algunas ocasiones. La última capa es la mejor conservada y la más llamativa, y se extiende en tonos grises, sobre fondos azules y rojos, por la mayor parte de la superficie de la madera, aportando una decoración al estilo romano con temas renacentistas, dejando ver dragones, tritones y monstruos marinos, entre fuentes, jarrones y decoración vegetal. Esta última decoración se realizó en torno al año 1500, a instancias del arzobispo don Alonso de Aragón (1478-1520), hijo ilegítimo de Fernando el Católico, que también incluyó su heráldica en la techumbre.

Con las reformas de don Lope Fernández de Luna, el palacio arzobispal se convirtió en una lujosa residencia mudéjar, que albergaría importantes acontecimientos como las fiestas celebradas tras la coronación de la reina Sibila de Fortiá (1381), esposa de Pedro IV, y acogería a diferentes monarcas de la Corona de Aragón, y a pontífices como el Papa Luna o Martín V (1417-1431). Estos hechos que nos hacen suponer que el palacio mudéjar, con sus ventanas talladas y coloridos artesonados, destacaba por su grandeza y hermosura.

 

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